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LA PALABRA EN NEGRO

Actualizado: 28 nov 2021


Cuando me ofrecieron participar en semejante locura no me lo pensé dos veces, ni siquiera le eché una apuesta a mis neuronas por si alguna había entendido dónde nos metíamos. A veces pensar cuesta demasiado, cuando en lo único en lo que piensas es en expresar. Nadie te salva de la incomprensión, igual que es imposible entender a todo el mundo. Escribir es una extraña mezcla entre soltar entrañas y retener pinceladas de vidas soñadas. Entregamos nuestro corazón en cada palabra y las malas lenguas dicen que nuestras heridas rezuman tinta, una densa capa de alquitrán con la que sepultar lo que verdaderamente somos.


En una sociedad que corre como el viento, la palabra es la traidora por excelencia y su sombra se alarga más allá de cualquier historia. Nos mentimos a nosotros mismos si creemos que ya lo hemos leído todo, siempre hay algo por contar y la mayoría de las veces se esconde entre líneas. La caza de un tesoro a medio descifrar entre páginas y páginas de una historia escondida. ¿Quién te inspiró? ¿Quién te hizo llorar? Los escritores guardamos con recelo esa parcela íntima y, sin embargo, la regurgitamos en cada historia creyendo que aquel que confiesa sus pesadillas lo apartarán de ellas para siempre. Somos ilusos, por si no lo habíais notado aún. Pero por encima de todo, somos soñadores, criaturas mitad humanas mitad magas, convirtiendo cada historia en pura fantasía. Hechizos, sortilegios y conjuros que atraviesan el papel o la pantalla y te calan el alma, porque si te gusta un libro no es por casualidad, estás hechizado por su magia y ahora solo te queda rendirle culto y esperar como un enamorado más a que se termine de escribir la saga…



«Todo en derredor es un oscuro vacío que tiembla y sangra. Te miro y me miras, aunque sé que tus ojos no me ven desde hace semanas. Postrado en esa cama que solo reconoce el dolor y la fragilidad del cuerpo, apenas pareces un niño encaramado a la ventana. ¿Por qué no saltas? Hay un millón de razones por las que lanzarse al abismo de esta caída sin fin, de abandonarte a la derrota y dejar que la luna pernocte por siempre en tu regazo, de lamerte las heridas ahí abajo.


Y, sin embargo, aguardas con el silencio blandiendo su legado, un eco lejano que solo escucha sus propios pasos. Un solo motivo para quedarte a mi lado. Lo exhalas por la boca en un grito de enfado. El demonio solo calcina cuando le das la espalda y chillas, de ti solo cenizas, sembrando con tu cuerpo un campo de infinita soledad.


Dame la mano. Un puente que cruza de brazo a brazo, una alianza muda de cada gesto, de cada beso robado, de todos esos momentos que la vida ha sepultado. Fuimos héroes en el pasado, porque siempre luchamos por los sueños y nadie aún nos ha derrotado. Somos la gloria desdibujada en el espejo, esa imagen retorcida que solo muestra la oscuridad. Ningún cristal te abrirá en canal y mostrará tus entrañas, si acaso las venas desmenuzadas como carmesíes lianas al viento, tras un remoto lamento que nadie escuchará. Somos el equipo perfecto, el dolor y las ganas de llorar, pero mira por encima del hombro y descubre quién llega por detrás. Nadie sale indemne de la vida y tú como cualquier otro… volverás a soñar.


Negra como la sepultura, como las horas muertas esperando a tu vera; como el oscuro vacío que se abre en tu boca, cuando tus labios temblorosos pronuncian esa palabra rota. Negra como los cuervos que graznan en mi ventana, como esa luna de plata que llora estrellas de madrugada. Negra como el eclipse que nos devuelve la noche profana. Negra como el alma justo antes de estallar en llamas.

Negra como la esperanza huyendo asustada. Negra solo negra, ruin y torpe es mi alma.



Negra como el azabache de tu pelo, como esas pupilas que me escrutan, conquistando todo mi cuerpo. Negra como el mar cuando el sol se ha extinguido, como esa carencia de color que baña el cielo dormido, como esa puerta entreabierta donde aguarda lo desconocido.


Negra la noche de donde venimos, y negra la muerte a la que desafiamos al dormirnos. Negra la pesadilla que acecha, negra la pena temblando entre tus dedos. Negra como el ébano de tu piel donde solo brillan estrellas. Negra solo negra, brillante oscuridad sin mácula.


La vida nació de la negra oscuridad...»



©Diana Buitrago, 2020



*Esta entrada fue creada a finales del 2020 para el blog de mi amiga Pilar, La Eremita (www.desdeelredondal.com). Todas las imágenes pertenecen a Pixabay y Unplash.

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