¿Te has preguntado alguna vez por qué escribes?
Trasladar los pensamientos al papel o la pantalla de un ordenador provoca una descarga de emociones tan efectiva como gritar o revelar sentimientos a otra persona. Sin embargo, es un movimiento silencioso y solitario, que puede convertirse en una jaula de letras, un laberinto de tapias infranqueables donde el eco de nuestra alma resuena en soledad.
Ordenar nuestros pensamientos, confesar nuestros más íntimos secretos, rebelarnos contra el mundo, ser libres… Nos conocemos a través de nuestras propias historias, invenciones basadas en la realidad, que nos definen y nos arrastran en una espiral de introspección que puede llegar a ser muy profunda.
La mente se abre a la magia de las ideas y un poderoso mundo se crea en el horizonte de nuestro subconsciente, arrastrándonos en una vorágine que no se detiene, sin límites de creatividad.
Asimilar las pérdidas que la vida nos ha reservado en su devenir, aprender de los errores en lo que hayamos incurrido o reconciliarnos con nosotros mismos. Volcar el huracán de sentimientos que tragamos a diario y sobrevivir a ello.
Callamos en la vida para soportar el dolor, nos aferramos a cada instante de paz y belleza, intentando olvidar con el silencio todo aquello que nos corrompe por dentro. Lo malo se nos pudre en las entrañas, nos desgarra y debilita ese músculo interno que late para enfrentarnos a todas las desgracias.
Aquellos que nos dedicamos a contar historias siempre añadimos un poco de nosotros mismos, de nuestras vivencias, de nuestro recorrido existencial y moldeamos personajes y entornos con esa chispa de vida que nos caracteriza, magos de esos libros casi anónimos que muy poca gente leerá. Quizás nunca serán bestsellers, ni seremos reconocidos mundialmente por nuestras palabras, pero podemos ser un modelo para otros que necesiten leernos, para aquellos que encuentren un rincón donde evadirse, una corriente de inspiración para sus propios proyectos o para deleitarse con la belleza de la palabra escrita.
Nos movemos por instinto, se nos abre el corazón para movernos en una dirección y las consecuencias nos lastran en un largo episodio de nuestra vida. Pero, ¿y si pudiéramos revelarnos contra el destino y volcar ese veneno sin darnos cuenta? El cuerpo es sabio y la mente también. Llegar a los lectores, conectar con ellos, explicarles a través de la imaginación cómo nos sentimos, lo que hemos aprendido y cómo vemos el mundo. Somos ventanas abiertas, cuyos rayos de luz pueden, a veces, arrojar tinieblas.
Personalmente, he vivido épocas de todo tipo y solo queda el recuerdo y también el bucle de recaer en algunos momentos desagradables de los que sacar una gran experiencia de la vida. El ánimo mengua hasta convertirse en un borrón, el horizonte solo es negro y la esperanza; un sueño que nunca se hace realidad. Y, sin embargo, todo lo que cuesta se impregna en la piel como un tatuaje, jamás se olvida y te impulsa en los bajones existenciales para seguir adelante. Los malos momentos son el motor que agita nuestro interior y nos anima a salir de los agujeros. Salimos una vez y volveremos a hacerlo. La mayoría de los límites que nos apresan son zanjas que cavamos nosotros mismos y, es por ello, que solo nosotros podemos liberarnos de su carga. Escribir transporta nuestra rabia, nuestros miedos, nuestras roturas internas; para que otros recojan el testigo y luchen contra marea en sus propias batallas.
Cada vez que leemos un libro nos adentramos en la psique del autor, en sus vivencias y en el recorrido de su vida; pero también en sus desgracias, en su experiencia, en sus miserias y alegrías. Los lectores son los amigos que todo narrador quisiera tener, escuchantes silenciosos de nuestros ruegos y nuestras ilusiones. Nuestra comunicación es sutil, casi telepática, un ejercicio de empatía por el que el lector se transforma en una serie de personajes y desconoce el final, como colocarse una venda en los ojos y avanzar a tientas en un juego peligroso y divertido, pues hay que temer aquello que nos despierta y remueve por dentro, así como lo que aborrecemos o, incluso, ignoramos de la vida.
No somos títeres, solo viajeros de lo prohibido buscando el siguiente libro, la siguiente aventura, la siguiente lección de aquellos seres de luz que comparten su aura con la nuestra.
Amar los libros es amar la vida.
©Diana Buitrago, 2021
Comments